Propaganda de la Opinión
En los años recientes y como resultado del contexto histórico-económico global la idea del lector ha venido a minimizar la idea de la poesía, la filosofía o la literatura. El lector es la figura representativa de la clase media vulgarmente educada y que se encuentra circunscrita a la pasividad.
Sobre todo porque dicho personaje -que podría tomar cuerpo en cualquiera de nosotros- existe en razón de la industria editorial que le da lugar. A este respecto habremos de considerar que el lector es tanto parte de la ideología como de una industria de la cultura que propicia la inmovilidad del pensamiento.
El poeta, el filósofo y el literato no son ya vocablos con los que podamos denominar a los sujetos que participaban de un pensamiento audaz y efectivamente creativo. Su lugar ha sido desplazado por quienes llevan a cabo la lectura sin comprometerse siquiera a decir algo. El lector es, en ese sentido, el que opina, pero no sabe.
En el mundo del capitalismo más elevado la opinión es el culmen de la libertad conquistada a base de sudor, sangre y progreso. La opinión es el ídolo de quienes ostentan el poder puesto que a través de ella el orden puede sostenerse.
La opinión es inmóvil: su dinámica consiste en mantenerse a lado de cualquier otra -contraria o no- sin molestarla, sin siquiera tocarla.
Lector y opinión son uno de los tantos binomios de nuestros tiempos. El saber de aquél es pura simulación y el color de ésta es el del exceso de información, del desconocimiento y la ceguera.
Escuchar a los lectores es darle la oportunidad a lo que podríamos denominar el contra-conocimiento (el para-conocimiento). Para todos ellos se han creado festivales en cuyo centro están los libros y el silencio.
Se invita así a renovar la lucha que Platón emprendió contra los artificios de la sofística, no contra los sofistas mismos.
Del lector solo esperamos su ansiada muerte.
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