No es nuevo ver en las sociedades actuales un despliegue de información desmedido. Basta con acceder a los buscadores y escribir cualquier cosa para abrir la puerta de un laberinto.
Los sitios web son pasillos sin salida y, generalmente, la repetición de datos, gráficas, mapas conceptuales, nombres, fechas, etc., nos sitúan frente a la imposibilidad de saber.
Los individuos modernos son sujetos de información, pero no de conocimiento. Es decir, gracias a su carácter de autómata la información se reproduce, se propaga y se repite.
En ese sentido tanto las infografías y la creación del denominado draw my life como herramientas para explicar cualquier tema son los sinónimos de una limitación: el saber es imposible.
Ahora bien, dicho conjunto de datos al alcance de lo colectivo es el principio motor de una sociedad que -aunque informada- no sabe.
Por otro lado, considero que el saber no es aquello de lo que Platón en el Teeteto reflexionó sobre la estructura intrínseca del cocimiento sino la posibilidad de criticar cualquier objeto del mundo. Entendiendo por crítica el desmembramiento de lo observado.
Desmembrar la estructura de la información daría lugar al descubrimiento de que ese conjunto de datos son el nuevo paradigma ilusorio de las sociedades. A este respecto hemos de decir que desde el presentador de noticias hasta quien opina sobre algún asunto de interés colectivo es una máquina repetidora de algoritmos cuya característica esencial es creerse y hacer creer que sabe.
En ese contexto propongo una política del saber que su principio de acción no sea otro que el de abandonar el letargo hipnótico de los datos y asumir que el saber efectivo se encuentra alejado del pensamiento crítico – otra forma de aletargarse -.
La política del saber sería contraria a la inmovilidad de los datos y similar a la imagen de un caleidoscopio en sus combinaciones infinitas de colores.
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