El camino de la filosofía
La historia que subyace al camino de la filosofía tiene múltiples vertientes. Desde las que se originan en la tristeza, la melancolía y el tedio, como las que nacen de un momento intempestivo de luz, de una chispa del fuego arrebatado a los dioses o de un asombro ante lo cotidiano.
A diferencia de otras profesiones, podríamos decir que el pensar filosófico es innato a lo humano, pero no alcanza su actualización efectiva en todos de forma irrefrenable. No quiero decir con esto que la filosofía constituya una secta de seres oscuros, antes bien, se ha de caracterizar por ser abierta en sus límites geográficos y temporales.
Por otro lado, el llamado de la filosofía acontece. La filosofía emana del pensamiento como incertidumbre, como asombro, cual visión de caleidoscopio o cuestionamiento sin término, o de la nostalgia y del miedo. Nace de la naturaleza misma del ejercicio del pensamiento, de su dinámica autónoma, de su posibilidad de desplegarse a través de cualquiera territorio imaginario o palpable.
Así tanto Boecio con la Consolación de la Filosofía como Bruno en su obra La expulsión de la bestia triunfante hacen que la sabiduría hable, le otorgan la palabra, devienen escuchas de un canto hermoso que han de traducir en el diálogo con otros.
De ahí que los orígenes del filósofo, como figura simbólica, no tengan que buscarse en el intento por satisfacer algún tipo de necesidad inmediata sino, más bien, de responder al llamado a costa de todo. Un juego de azar entre la vida y la verdad, entre la belleza y la bondad parece indicar la aspiración profunda de quién ha decidido construir su camino en la filosofía.
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