La escucha del analista y el Cratilo de Platón.

Tal vez sea cierto que la escucha en el psicoanálisis es el eje alrededor del cual gira el proceso curativo. La cura no sólo puede ser una promesa, un horizonte, un decirse a sí mismo «¡Tierra a la vista!», es también una forma de enunciar cosas, de descifrar significados, de desenmascarar los nombres de los seres, de los hechos, de las imágenes que habitan el espacio interior.

Freud señala que el canal auditivo es el puente entre lo externo al sujeto y sus profundas formas de experimentar lo que le acontece sensorialmente. Contrario a Aristóteles que sostiene que de todos los sentidos el privilegiado es la vista, Sigmund le otorga prioridad a la audición y, al mismo tiempo, al lenguaje.

Primero viene la palabra y sus huellas, se adentra en la estructura de la psiqué, juega en el remolino del determinismo de la vida anímica desde el principio de los tiempos, es decir, desde el momento en el que el individuo experimenta lo que se le dice, lo que se estructura visualmente en el lenguaje hasta el momento en que se constituye al margen de la palabra secreta, de la que él ya no recuerda.

¿Qué significa nombrar? ¿Qué quiere decir lo que se nombra? ¿Qué hay en el eco de la narrativa de quién habla? Y, como se escucha en los círculos psicoanalíticos, ¿quién es el que habla cuando habla? ¿Qué de cierto tiene la idea de que «cada uno de los seres tiene el nombre exacto que le corresponde por naturaleza»?

«El nombre es un cierto instrumento para enseñar y distinguir la esencia, como la lanzadera lo es del tejido.»

Platón, Cratilo, 388b

Si es cierto que el nombre corresponde con la esencia de la cosa o del sujeto, entonces no habría necesidad de decir nada o de escuchar nada en el análisis, todo estaría en el lugar que le corresponde naturalmente. Podríamos constatar que el sujeto que habla y dice ser feo, realmente lo es; el que dice de sí mismo ser víctima, en efecto, lo es. De ese modo, la función de la escucha, reminescencia socrática, sería infértil.

A pesar de eso, puede leerse también en el Diálogo en cuestión que no sucede que la cosa se nombre a sí misma, no es el hablar de las cosas lo que delimita su enunciación. Antes bien, se considera pertinente apelar a la idea del nominador, del que otorga los nombres con exactitud gramatical y matemática, para sostener que el nombre es correcto. Pero, es Sócrates mismo el que contradice esa postura, la sitúa en el nivel del Deus ex machina.

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Publicado por Diogenes Laercio

Estudié Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM. Cursé parte de la licenciatura en Letras Clásicas. Me dedico a la creación de contenido en redes y invito a todos a filosofar. He creado el podcast Filosofía en voz de Diógenes, Librería Rizoma en Instagram y el Proyecto de Divulgación de filosofía con el fin que el conocimiento esté más cerca de todos.

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