En la Consolación de la Filosofía Boecio le habla a una mujer, la evoca tras los barrotes de su celda; le pide que hable en medio de un ambiente de oscuridad y de una profunda desesperación que desemboca en preguntas vitales sobre el bien, la verdad, la justicia, la tranquilidad y el saber.
La mujer aparece intempestiva, hermosa, sabia, ecuánime, sin cuerpo. En su boca se siembra la virtud y su aliento tibio es sabiduría. La imagen del cuerpo que representa el amor por el saber es femenina. Así también Atenea para la visión griega. No obstante, en la historia de la tradición filosófica apenas se pueden encontrar referencias claras al aspecto de lo femenino en la actividad que se relaciona de forma intrínseca con la filosofía misma.

Si es diosa, o dama, no tiene cuerpo y, por lo tanto, tampoco voz. Nuestra imaginación no llega lejos cuando nos esforzamos por concebir todo el reflexionar filosófico a la luz de un cuerpo femenino, de una voz de mujer, de un concepto que escape al prejuicio de que el pensar es un ejercicio de varones.
Lou A. Salomé escribe en algún ensayo sobre la mujer que la experiencia de lo real en ella es absoluto, total, íntimo. A dicho carácter profundo le corresponde un aspecto doble, el de la pasividad y su contrario, el ser agente. Con respecto al primero, Salomé apunta que la experiencia del mundo desde lo femenino siempre está anclada al cuerpo, al ritmo de sus palpitaciones. En lo que respecta al ser agente, escribe que ese anclaje es creación pura, intensidad, inteligencia.
En este sentido, me atrevo a decir que la filosofía siempre fue una mujer a la cual se le arrebató el cuerpo, es decir, la posibilidad de experimentar el mundo desde lo íntimo, lo creativo. Sócrates nos cuenta la historia de la partera, dice incluso que ha aprendido de ella el dar a luz ideas. Parménides hace referencia a la diosa que le muestra el camino doble, el del ser y el no ser. La mujer sin cuerpo ha estado rondando el quehacer filosófico desde siempre.
En la historia moderna de la filosofía la imagen de lo femenino en el pensar quedó fuera de toda representación posible. El imaginario filosófico pudo haber perdido entonces su carácter vital, su energía creativa o su audaz inteligencia.

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