«Nadie sabe lo que puede un cuerpo.»
Spinoza
Me parece que hoy hace falta pensar más sobre la forma en que se constituye nuestro sentir. La psicología, como ciencia que investiga la dinámica de lo que acontece en nuestro interior, parece haber fracasado en mucho, la terapia psicológica parece servir más de instrumento de control para reincorporar al individuo al orden del mundo que el tener como objetivo la búsqueda de su bienestar. Es necesario decir que considero que la necesidad de pensar los afectos es urgente. Las olas de sujetos tristes y frustrados están a punto de tomar la forma de un tsunami que arrase con la humanidad.

Para comenzar, me gustaría decir algunas palabras sobre el alma. Todos los seres humanos podemos decir que lo que es interno a nosotros y que no cambia es el alma. Sin embargo, como todo concepto, tiene su historia. Desde las primeras reflexiones de Platón encontramos que se dice que el alma es inmortal y que se encuentra separada del cuerpo; los padres de la iglesia cristiana hicieron uso de esa caracterización para tratar de comprender algunos de los misterios de la fe y profundizaron en la idea de que, en efecto, entre el alma y el cuerpo hay una separación inconciliable. Al alma le corresponde el conocimiento de dios, al cuerpo la posibilidad de un sentir que habría de ser desdeñable, pecaminoso y horrendo. En ese contexto podríamos decir que es en el que se circunscribe el problema de los afectos.
¿Por qué menciono todo esto? Pienso que para comprender cómo es que llegamos a dónde estamos, es decir, al contexto en el que vivimos hoy, hay que tratar de pensar cómo se estructuran las ideas a lo largo del tiempo. El amor, la tristeza, el odio, la envidia y hasta los celos fueron abordados por filósofos como Descartes y Spinoza; hubo otros tantos tratados filosóficos que intentaron explicar lo interior a lo humano en cuanto a sus afecciones. ¿Por qué? Porque no hay nada que suceda en el alma que no suceda también en el cuerpo. Pequeña observación que habría que tener en cuenta.
Los seres humanos modernos son el resultado de un proceso económico, político y cultural larguísimo que ha venido a arrojarnos a la celda del azar, cada uno de nosotros se encuentra sujeto a lo que el mundo ofrece y, rara vez, solemos rechazar su manjar. Somos afectados por esa ola imparable de objetos, de imágenes y de deseos. Ese deseo que se ve motivado a obrar de una un otra manera y que tiene formas infinitas, desde el teléfono más novedoso hasta la música que escuchamos. Tenemos conciencia de que algo queremos sin saber realmente qué es, tenemos conciencia de lo que hacemos sin saber por qué lo hacemos, nuestros actos son las sombras de lo que es externo a nosotros y no lo que emana de nuestro manantial.
Spinoza, el filosofo del cuerpo y la pasión, nos invita a actuar. Los afectos son precisamente aquello que nos hace padecer, que no podemos controlar completamente y de lo que no tenemos conciencia clara, su origen puede ser interno o externo e incide de alguna forma en nuestra naturaleza, es decir, determina nuestra alma a sentir de cierta manera. Hay algunos que potencializan la vitalidad del cuerpo y el alma, como él amor; hay otros que la disminuyen, como el odio. Quien tiene conciencia clara del origen de lo que le afecta, puede tener la capacidad de dejar de padecer. Los celos, el odio, el amor, la envidia o la tristeza podrían ser vistos desde esta perspectiva. Nada se ha de juzgar en él ámbito de lo que es bueno o malo, porque la naturaleza humana se encuentra más allá de eso. Habría que observar en lo que sentimos aquello que le otorgaría vida a lo que somos y aquello que se la arrebata. Spinoza sostiene que los sujetos pueden tener conciencia clara, es decir, conocimiento de lo que sucede en su interior y, es ese saber el que les otorgaría la fuerza para dejar de padecer, para alcanzar el jardín de la alegría.
¿Qué es entonces la alegría y qué sería la tristeza? La alegría es el acto más elevado de vitalidad, es la posibilidad que tenemos de gozar, de reír y hasta de llorar, siempre que tengamos conciencia clara de lo que nos hace sentir eso. Un sujeto alegre sería así un ser activo, un ser que cifra su existencia en el saber de lo que le pasa, un ser libre. La alegría está estrechamente ligada a la vida, a los órganos y al cuerpo de carne y hueso. La tristeza sería precisamente la fuerza contraria, es el desconocimiento de lo que nos hace sentir de cierta manera, es el efecto de la disminución de nuestra vitalidad. Los sujetos tristes generalmente han dibujado el perímetro de su cuerpo con los colores de pasiones que ellos mismos ignoran y su piel, sus ojos y sus pasos describen su desdicha. ¿Sabes qué es lo que te hace sentir cómo te sientes? ¿Has pasado tu vida enojado sin saber por qué y con quién? ¿Cuál es la causa de tu descuido, de tu dolor o de tu melancolía? Te invito a que te lo preguntes, a que te introduzcas en el terreno inconmensurable de tus pasiones para después de indagar, elegir, construir la alegría y la libertad.
Recomendación de lectura filosófica:
Baruch, Spinoza, Ética, FCE, México.
Epicteto, Enquiridion o Manual.
Fácil de encontrar en PDF.
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