Nuestro tiempo tiene como paradigma de comunicación el debate y la argumentación. Por todos lados se escuchan las voces de aquellos que claman por entablar diálogos al margen de la racionalidad y la objetividad. ¿Es eso realmente posible? ¿Estamos listos siempre para debatir?
Un grupo de individuos racionales podría comunicarse del mejor modo posible, si la racionalidad por sí misma implicara el intercambio efectivo y claro de ideas de forma independiente a las circunstancias dentro de las cuales se dan los intercambios, lo cual no es posible.
La posibilidad de establecer un diálogo racional está muy alejada del común de las circunstancias cotidianas. Sobre todo, porque en ellas los factores que influyen en lo que decimos pueden, incluso, modificar su sentido.
Aunado a ello, habría que decir que la posibilidad de argumentar no es una habilidad dada, sino que debe desarrollarse o aprenderse. Tal y como se aprende otro idioma, a tocar un instrumento musical o matemáticas. No todos pueden hacer cualquiera de esas cosas naturalmente, es necesario desarrollarlas o aprenderlas.
Dicho lo anterior, podríamos atrevernos a considerar que el debate y la argumentación no son posibles, si la condición de aprenderlos no se cumple. Fue justo con ese fin con el que se escribió la retórica y demás tratados del estilo: el individuo debe aprender a hablar y, posteriormente, ofrecer razones pertinentes para lo que cree.
Es por lo anterior que nuestra época es la simulación del debate y la apariencia de la argumentación.

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