¡La filosofía no vende!


Esas fueron las palabras que escuché durante una conversación en una estación de radio a la que asistí. Más que un juicio cierto parecía ser una sentencia prejuiciosa con ánimo de descalificación y soberbia. Pero, ¿por qué no vende la filosofía? ¿Qué quiere decir vender algo? ¿Está fuera de la naturaleza de esta disciplina el que pueda ser objeto de compra? ¿Por qué se dice eso sobre ella y lo mismo sobre las artes? 

A primera vista, podría parecer que la filosofía no puede comercializarse como cualquier otro producto material o intelectual. Los libros no son la filosofía, se encuentra en ellos, pero no son ella; las clases de filosofía son parte de su ejercicio, sin embargo, no se puede calcular una transmisión de conocimiento de ese estilo a dinero contante y sonante, etc. En ese sentido, podría decirse que la filosofía no posee las mismas características que algún otro producto. 

Cuando se acude al médico a una revisión rutinaria, este ofrece sus servicios y su conocimiento para poder diagnosticar algún padecimiento y cobra por ello; lo mismo con el arquitecto o el ingeniero. No obstante, con el filósofo no sucede igual. No se sabe qué es lo que alguien dedicado a esa disciplina puede ofrecer y si se supiera, no se sabría qué es por lo que se está pagando. Es bien sabido que la filosofía no está cifrada en el ámbito de los resultados inmediatos; es, por el contrario, de efecto retardado. 

Aunado a ello, si pensamos en la historia, quizás la razón por la cual se considera que el filósofo no debería cobrar es atribuible al origen mayormente aristocrático de quienes desde siempre se dedicaron a la filosofía y a la disputa antiquísima de Sócrates y Platón contra los sofistas. ¿Cuántas veces no se repite que la diferencia entre filósofos y sofistas es que unos cobraban sus enseñanzas y los otros no? En ese sentido, el relato en el que dinero y filosofía son incompatibles es atribuible a los griegos. Quizás el único que está exento de esa visión sea el célebre Tales de Mileto.

¡Culpable!

Siglos después la Ilustración ha promovido el desprestigio y el desprecio por la filosofía y por las artes. Sobre todo, porque parece haber ahondado en la idea de que el conocimiento de ese tipo es invaluable y que nadie debería tenerlo por prohibido o inaccesible. No estoy afirmando que estas disciplinas deban ser solo practicadas por un grupo reducido, lo que afirmo es que la perspectiva ilustrada del conocimiento tuvo un efecto doble y simultáneo. 

Algunos podrían llegar a considerar que el capitalismo es el enemigo acérrimo de la filosofía y las artes; sin embargo, cuando este se desarrolló en toda su complejidad, las disciplinas humanísticas llevaban algunos siglos en picada. Marx es otro de los personajes cuya perspectiva de la filosofía se limitó a posicionarla en el nivel de la inconformidad y la cerrazón. El carácter crítico de la filosofía se identificó con el afán único de transformar el mundo a través de la política. El capitalismo solo ha venido a mostrar la incapacidad de la filosofía por vivir de sí misma, es ella la responsable de su propia miseria. 

¿Se debe pagar o no por la filosofía? Si has decidido que no, podríamos decir que eres su victimario. No encontrar razones para remunerar a quienes se dedican a ella, es cortar de a poco los cables que la mantienen viva y es ser partícipe de un relato que contraviene su existencia. El filósofo y la filósofa no saben bien cómo ofrecer sus ideas, tampoco saben cómo cobrar, pero no solo de amor por la sabiduría vive el ser humano. Los tiempos han cambiado y quienes se dedican a la filosofía hoy no son los mismos aristócratas de ayer.



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Publicado por Diogenes Laercio

Estudié Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM. Cursé parte de la licenciatura en Letras Clásicas. Me dedico a la creación de contenido en redes y invito a todos a filosofar. He creado el podcast Filosofía en voz de Diógenes, Librería Rizoma en Instagram y el Proyecto de Divulgación de filosofía con el fin que el conocimiento esté más cerca de todos.

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