Todo lo que acontece en el ámbito de lo político parece tener solo dos caras. Apostar por el status quo o por la transformación son las dos posibilidades existentes. Ambas opciones pretenden situarse del lado de la historia. Si por historia entendemos el progreso de la sociedad, el bienestar común y la libertad, entonces ¿cómo estar del lado correcto?
Como en todo lo que es político la decisión depende del contexto y de su lectura. No obstante, es preciso afirmar que quienes ostentan el lugar político de una u otra visión de la realidad tienen intereses definidos. Ingenuo sería creer que han sobrepasado la barrera del yo y de su propia clase para mirar más allá, para ver por la colectividad.
En ese sentido, podemos decir que los intereses de clase existen, hay quienes tras el relato de una historia antiquísima deciden sujetarse a lo que consideran óptimo para todos. Estos son los conservadores, el ultra conservadurismo anclado en la univocidad de la verdad y de la palabra.
Del otro lado, la situación no es muy distinta. Igual se erigen dogmas, igual se habla de la verdad. Pero esta visión parte de un lugar diferente, no del relato, sino de las condiciones efectivas, de la experiencia de individual y colectiva de la desigualdad, la violencia, la pobreza, etc.
Si el lado de la historia es la apuesta por el bienestar general, ninguna de las dos visiones puede erigirse como única vía posible. El progreso indefinido es insostenible para toda sociedad existente, lo mismo que la quietud. De ahí que sea pertinente poder discernir cuál es el tiempo que nos tocó vivir.
El esplendor de una sociedad siempre está ligado a la transformación, a la búsqueda de valores nuevos, al desplazamiento de los relatos cifrados en la nostalgia. Pero el mantenimiento de ese brillo solo es posible en función una perspectiva que cohesione y preserve lo alcanzado.
A pesar de eso, hay quienes apostarán siempre por la inmovilidad de la sociedad, su horizonte es la nostalgia, su afán es su propio beneficio y el de su clase. ¿De qué lado estás?
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