Desde hace ya varias decenas de años, cuando todavía las computadoras y el internet no existían ni se habían desarrollado, ya se hablaba del momento en que algo creado por la propia humanidad podría sustituirla o ponerla en peligro. Las máquinas resultado de la revolución industrial y del progreso del pensamiento fueron quizás los primeros objetos a los cuales se les echó en cara la pretensión de sustituir al humano de carne y hueso.
Pero esa fue la primera de las afrontas, minúscula e ingenua. Con la aparición de las computadoras el temor no tuvo lugar, incluso podríamos atrevernos a sostener que algunos pocos vieron en ellas las posibles consecuencias negativas de su aparición. Si ese miedo estaba justificado en algo, no era sino en las novelas de ciencia ficción y en los disparates de escritores sin conocimiento sobre el significado de lo moderno.
Hoy la circunstancia es distinta. La ciencia ficción es parte de la ciencia auténtica y de la tecnología en lo que respecta a los objetos sobre los que se pregunta, las divagaciones que subyacen a su proyección en el tiempo y el empleo de complejísimos métodos para la comprensión de los fenómenos.
La inteligencia artificial ha visto la luz en ese contexto, pero ella no es una máquina, es uno de los componentes de la máquina cuando se ha logrado que el mecanismo sea determinado por ella. Si no conduce a la máquina en una o dos instrucciones, no es digna de un nombre similar. No obstante, esa etapa fue apenas la primera manifestación. Pero las preguntas en torno a cómo podríamos definir la inteligencia, la conciencia, el saber, el movimiento, la voluntad e incluso el pensamiento no han cesado. Sobre todo porque la respuesta a ellas ha abierto cada vez más la noción que nuestra época tiene de inteligencia artificial.
Se entiende por artificial aquello que no es resultado de la naturaleza de la cosa o que no le es inmanente. Se entiende por inteligencia la capacidad que tiene un individuo de llevar a daño ciertos procesos psicológicos o de razonamiento y cuyo resultado es palpable en el terreno del conocimiento o en el plano material.
En un principio se creía que el ser humano era el único individuo que había desarrollado sus capacidades a tal nivel, con el paso de los siglos nos hemos podido dar cuenta de que los animales también tienen esa cualidad y, finalmente, hemos podido trasladar -por analogía- esa dinámica al terreno de las máquinas y su cerebro: software.
¿Pero ha bastado para que puedan pensar por sí mismas? ¿Tienen voluntad? Si bien es cierto que gozan de cierta autonomía, también es verdad que solo lo hacen en el círculo de posibilidades previamente cargadas para ellas, no hay nada fuera de ese círculo y esa exterioridad es lo que constituye el aspecto distintivo de lo humano.
En ese sentido, la inteligencia artificial podría sustituir a lo humano solo en cuanto logre emular cabalmente la voluntad de la libertad cuyos horizontes no están nunca predeterminados, sino que son el resultado de la decisión humana y la creatividad.
Continuará…
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