Mi camino a la filosofía

¿Cómo llegué hasta aquí?

En los últimos días he tratado de indagar cuáles han sido las causas de mi asentamiento en la filosofía. Hay veces uno suele creer que ha sido el azar y la intermitencia del tiempo lo que nos sitúa en un lugar u otro. A decir verdad, me he querido inventar una historia cuya naturaleza atienda a los hechos del pasado y a la idea imaginaria de la causalidad.

Escuché cuando era adolescente a la abuela paterna contar la historia de su primo, o alguno de sus familiares cercanos, que se había entregado a la vida religiosa y había sido nombrado obispo de Texcoco. La abuela, que era mujer de fe, lo decía con cierto orgullo, mientras yo me preguntaba qué significaba ese título, cuál era su papel en la sociedad. Pero ante mi inminente ignorancia a lo único que atendí fue al silencio y al asombro. ¿Cómo era posible que en las ramas del árbol familiar hubiera alguien así? ¿Alguien entregado a dios en ese nivel?

Por otra parte, el abuelo Gregorio V. Morelos era ya por su apellido casi un mito, me remitía al Siervo de la nación ineludiblemente y a la construcción de México y su Independencia. Esta visión sobre el nombre se completaba bien con las anécdotas que el abuelo relataba al margen de su laconismo. Su padre había sido un revolucionario en la guerra de 1910 como muchos de su época, incluso había una carretilla en su bodega de la casa de Chimal, un pueblo colindante con Morelos y Ozumba, cercano a Amecameca en el Estado de México.

Mis padres se casaron en la Iglesia de San Vicente Ferrer en ese mismo lugar. Cuando recién entré a la prepa, recuerdo haber ido al pueblo con mis primos en unas vacaciones, me quedé mirando la imponente entrada al santuario, a la izquierda había una placa de mosaicos desgastados en los que se leía que Juana de Asbaje había sido bautizada ahí mismo por los años mil quinientos. El documento oficial había sido robado algunos años atrás, no había al parecer forma de comprobar ese hecho sino a partir de la placa blanca desgastada de la entrada. A algunas calles de ahí, me he enterado hace unos cuantos meses, Rulfo tuvo una casa de campo o un terreno que frecuentaba con su amigo el arquitecto.

De mi madre sé que fue en su juventud una lectora amateur y, según cuenta, le gustaban las revistas de los datos curiosos de la historia y la ciencia. Yo suelo decirle de buena fe que es una feminista encubierta. De mi padre me he encontrado un dibujo de su mano que podría fecharse en algún año de su adolescencia, en él puede verse un niño solitario preguntándose por dios o el universo. Una vez, de muy niños, nos puso a mi hermano y a mi la película de El planeta de los simios y yo me quedé atónito. Ese fue uno de mis primeros acercamientos a las inescrutables preguntas sobre el universo.

Del lado de mis abuelos maternos sé poco, pero el apellido del abuelo es también un tanto revelador, está relacionado con Venustiano Carranza según lo dictan mis conjeturas y hasta he llegado a creer que tienen algunos rasgos faciales parecidos. De la abuela no sé más que nació en Toluca y llegó a la ciudad.

Los caminos de la filosofía son insondables, es más bien la respuesta a un llamado que, en mi caso, proviene de una constelación forzosa de los hechos pero reveladora y misteriosa. ¿Será que ese pasado tiró la cuerda para traerme hasta aquí?



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Publicado por Diogenes Laercio

Estudié Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM. Cursé parte de la licenciatura en Letras Clásicas. Me dedico a la creación de contenido en redes y invito a todos a filosofar. He creado el podcast Filosofía en voz de Diógenes, Librería Rizoma en Instagram y el Proyecto de Divulgación de filosofía con el fin que el conocimiento esté más cerca de todos.

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