La gentrificación es un fenómeno del que no se ha dejado de hablar durante varios meses en la Ciudad de México. La inauguración de la Torre Mitikah al sur de la urbe es quizás el símbolo de la caduca promesa de la modernidad en la anacronía mexicana. Los habitantes del pueblo de Xoco intentaron resistirse a su construcción y a todo lo que implicaba en el terreno de lo inmobiliario. No obstante, su lucha fue al mismo tiempo una lucha contra sí mismos, contra la idiosincrasia aspiracional de los mexicanos y la predisposición doblegada y servil que la cultura suele llamar calidez.
Esto último no solo es propio del modo en que el mexicano mira lo extraño y la blanquitud, también es inherente a la identificación que hace del color de piel con la bondad, la riqueza y la nostalgia de la colonización. La gentrificación está más allá de los sueldos, la llegada de los nómadas digitales y el ansia de post globalización, se sirve de lo que ya está oculto en las venas de una cultura que bebe y raya la frontera de la sumisión.
Por otro lado, existen condiciones sociales que median y propagan el ideal de una vida digna bajo criterios que solo pretenden reproducir infinitamente un estilo de vida idéntico al del modelo gentrificador. Colonias como la Roma, la Condesa, la Narvarte o Polanco son el punto de referencia del anhelo por antonomasia de movilidad social de la clase media que mira con admiración hasta dónde podría llegar…
Aunado a lo anterior, en los estratos más bajos de la sociedad el trabajador, vendedor o algún otro oficio, sirve por necesidad al esquema gentrificador. Así la carencia involuntaria de este grupo está exenta de toda responsabilidad. Lo problemático en cambio de la idiosincrasia gentrificadora pervive entre la clase media y la clase acomodada. Esta última mira en ese proceso de blanqueamiento y desigualdad la oportunidad para acrecentar la brecha entre los grupos.
Es verdad que este proceso se asocia de forma inmediata con lo concreto, esto es, con el poder adquisitivo de unos frente a otros, con el proyecto de hacer de la ciudad un punto de fuga cosmopolita o con dinámicas complejas de transformación en la vida globalizada, pero también es verdad que ellos no podrían darse igual, si existiera una conciencia crítica de quienes padecen lo padecen. La falta de conciencia crítica no exime de la responsabilidad.
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