El 29 de octubre de 1945, en un París todavía herido por la guerra, tuvo lugar uno de los momentos más célebres de la filosofía del siglo XX: la conferencia de Jean-Paul Sartre titulada El existencialismo es un humanismo. El lugar fue el Club Maintenant, un espacio cultural en la rue de l’Ancienne Comédie que se convirtió aquella noche en escenario de un acontecimiento más cercano a un estreno teatral que a una lección académica.
El contexto era decisivo. Francia acababa de salir de la ocupación nazi y las preguntas sobre la libertad, la responsabilidad y el sentido de la vida estaban en el aire. La filosofía no podía quedarse encerrada en las aulas universitarias; debía responder al hambre espiritual y moral de una sociedad marcada por la devastación. Sartre, ya conocido por su novela La náusea (1938) y su obra de teatro Las moscas (1943), apareció como la voz capaz de articular esa búsqueda colectiva.
La sala estaba abarrotada. Testigos recuerdan que no solo asistieron estudiantes y profesores, sino también periodistas, curiosos y jóvenes ansiosos por escuchar a un filósofo que hablaba en un lenguaje directo, cargado de pasión y con tono casi literario. Simone de Beauvoir, compañera de Sartre, relató en La fuerza de las cosas (1963) la intensidad de aquel momento: “La gente se agolpaba hasta las ventanas; no había sitio, pero nadie quería perderse esa palabra que parecía darnos una brújula en medio del caos”.
En la conferencia, Sartre buscaba responder a las críticas que el existencialismo recibía tanto desde la derecha, que lo acusaba de fomentar el nihilismo, como desde el marxismo, que lo tachaba de individualista burgués. Su frase más célebre de aquella noche se convirtió en lema: “La existencia precede a la esencia”. Con ello quería decir que no nacemos con un destino prefijado ni con una naturaleza determinada: somos lo que hacemos con nuestra libertad.
Sartre defendió, además, que esta libertad no es capricho, sino responsabilidad: “El hombre está condenado a ser libre”—afirmó con provocación—, y con ello señalaba que, en ausencia de Dios, los seres humanos deben asumir el peso total de sus decisiones.
El impacto fue inmediato. Según relata Annie Cohen-Solal en su biografía Sartre: 1905-1980 (1985), la conferencia convirtió a Sartre en una figura mediática; la prensa lo presentó como “el filósofo de la Liberación”, alguien que daba palabras a la ansiedad y la esperanza de una generación. Poco después, el texto fue publicado y se convirtió en un best-seller filosófico, algo inusual para la época.
No todos quedaron satisfechos. Para algunos marxistas, Sartre simplificaba el problema social; para los católicos, reducía la moral al puro subjetivismo. Pero el efecto de aquella noche fue innegable: la filosofía se vivió como un acontecimiento público, donde cientos de personas se reunieron para escuchar no una doctrina cerrada, sino una invitación a asumir la vida con radical seriedad.
Hoy, al releer El existencialismo es un humanismo, quizás nos parezca un texto introductorio o incluso simplificado. Sin embargo, aquella conferencia fue mucho más que un discurso: fue un acto histórico en el que la filosofía salió de los claustros y se convirtió en voz de un pueblo que buscaba reinventarse tras la guerra.
Como dijo el propio Sartre aquella noche: “El hombre no es otra cosa que lo que él se hace”. Y quizá esa frase, en medio de la oscuridad de 1945, fue un llamado colectivo a volver a empezar.
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