Primera aparición

Narciso estaba mirándose en el agua sin reparar en que su propia imagen era una alienación de todo su cuerpo.
No me atrevería afirmar de manera anacrónica que el mito develaba desde tiempos remotos el carácter de una época -en ése entonces- inexistente.
Sin embargo, y gracias la propuesta psicoanalítica de Freud, podemos aventurarnos a observar en nuestra cultura una profunda y casi irreparable transgresión narcisista.
Todas las redes sociales han dado al traste y parecen no reparar en que todo lo que en ellas se publica tanto en forma escrita como visualmente nos habla de una angustia terrible y, al mismo tiempo, de la instauración de la imagen como eje rector de lo real.
El narcisismo es tanto una ocultación como una simulación. Lo primero en cuanto que se gesta a partir de lo que se denomina reprimido; simulación en la medida en que el sujeto crea una mitología cuyo personaje principal es él mismo visto de manera teatral.
De ese modo, los que se consideran feos, gordos, pobres, genios, millonarios, etc., se empeñan en publicar todo aquello que sustente lo contrario de lo que en realidad son, no solo a ojos del gran público sino, más importante aún, para el beneplácito de la imagen que se refleja en las aguas de Instagram, Facebook, Twittter.
La cultura, por su parte, ha cifrado la totalidad de sus mecanismos de represión y de control en la propagación de ideales y en la incitación al consumo de los mismos siempre al cobijo del narcisismo innato en la estructura psíquica de los sujetos.
Objetos como los maniquíes o enunciaciones de marcas reconocidas nos describen cuán grande es el universo del narcisismo, es decir, de frustración y de deseo. Las vitrinas, fotografías y demás publicidad son el agua al que hemos de dirigir nuestra mirada y en la cual tendremos que ensimismarnos.

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